Hay
que elegir un narrador y un punto de vista.
¿Quién va a contar la historia?, ¿un
personaje, un grupo, alguien ajeno a ella? Es una decisión importante ya que la
impresión que se causará en el lector será diferente si lo hacemos desde un
punto de vista o desde otro.
En
teoría tenemos tantas formas de tratar el texto como personas verbales pero eso
no es tan sencillo y menos si hablamos de literatura infantil. No debemos
olvidar que si elegimos mal el narrador la historia estará coja desde un
principio y perderá fuerza casi antes de empezar.
Narradores poco usados.
Vamos
a empezar por hablar de los narradores que menos aparecen en la literatura en
general.
Hay
pocos textos que estén narrados desde el punto de vista de “ellos”.
La
primera persona del plural, “nosotros” es, al mismo tiempo un narrador pedante
y para el lector y cargante para este y también para el escritor. Es realmente
cansado leer y escribir continuamente “nosotros nos levantemos temprano”,
“nosotros vimos un lago cerca de la cabaña” o “pensamos que aquello no era
buena idea”. Fundamentalmente porque en ese caso los personajes tendrían que
ser grupos o sociedades y no suele ser ese el caso.
La
primera persona del plural nos puede ayudar a enfocar situaciones pero es un
narrador que conviene usar de manera aislada ya que por su pesadez y su
pedantería no contribuye a crear un clima de complicidad con el lector y cuando
escribimos para niños es algo que siempre debemos conseguir.
La
segunda persona es un narrador muy literario y que da pie al escritor para que
este se luzca, amén de que es realmente gratificante a la hora de escribir. Por
su complejidad y su poesía es muy agradable ver que, después de mucho escribir,
hemos conseguido usarlo correctamente y el resultado es un texto muy atractivo.
Con
todo, es otro de esos narradores poco frecuentes, no solo porque no es fácil de
usar sino también porque puede resultar cansino y repetitivo si no estamos
escribiendo poesía. Es en este género en el que más se usa.
“¡Si la nos la sabemos de memoria!”,
diréis. Y, sin embargo, de esta historia
tenéis una versión falsificada,
rosada, tonta, cursi, azucarada
Que alguien con la
mollera un poco rancia
consideró mejor para la infancia...
(Cuentos en verso para niños perversos. Roald
Dahl).
A la hora de dirigir nuestro relato o poema a un
niño necesitamos usar un toro cercano, no es lo que ocurre con este narrador
por lo que tampoco es el ideal para nuestro propósito.
De
todos modos, ya hemos dicho que, bien usado, puede dar como resultado textos
realmente interesantes así que su complejidad no debe desanimarnos si sentimos
que es el ideal para lo que queremos contar. En caso de querer hablarle
directamente al lector, por ejemplo, puede resultar muy conveniente.
Narrador en primera persona del singular, YO te cuento un cuento.
Este
y el de tercera persona del singular son los narradores más usados en la
literatura en general.
El
narrador en primera persona tiene como ventajas una mayor verosimilitud. El
escritor nos está abriendo su corazón y por lo tanto tenemos la sensación de
que todo lo que nos dice es verdad.
Esto
no quita para que en un momento dado descubramos que este narrador es un
mentiroso. No solo porque en literatura todo es mentira, ya decía Ana Mª
Matute en su discurso al premio Cervantes, “si en
algún momento tropiezan con una historia, o con alguna de las criaturas que
trasmiten mis libros, por favor créanselas. Créanselas porque me las he
inventado”, sino también porque sólo conocemos la realidad desde el
punto de vista de quien nos la cuenta.
No es
un relato infantil pero nos sirve para ejemplificar, la novela de Agatha
Christie La muerte de Rogert Ackoyd. Está narrada en primera persona y por boca de un
médico, durante todo el relato recogeremos los datos que él nos da para, al final,
descubrir, con gran sorpresa, que ¡él es el asesino!
Este
narrador ofrece muchas posibilidades ya que podemos enseñar unos datos
objetivos, los que el personaje nos da y otros entreverados, insinuando cosas
que, aunque el narrador no vea, el lector tiene clarísimas.
“Salí de la consulta de la veterinario como más fuerte, a pesar
de que me sentía muy cansado y cojeaba.
Tenía un collar nuevo azul, con una chapa llena de números y
Julia me había comprado una correa que me impedía moverme libremente. Esto era
incómodo y molesto, pero no importaba, ya no estaba solo y me sentía feliz.
-Bueno Mucki, tu segundo viaje en coche
y prepárate, porque conmigo vas a vivir muchos-, eso no me gustó demasiado,
pero valía la pena y lo soportaría-. Tranquilo pequeño, te ayudo a colocarte,
así sentadito vas más cómodo.
Me senté como pude sobre una manta colocada en el maletero. Me
pareció mejor y más espacioso de lo que me había parecido en el camino de ida,
aún así, cuando Julia cerró la puerta y me dejó encerrado sentí pánico. Menos
mal que al poco rato la vi aparecer de nuevo, sonriente y con un montón de
cosas en los brazos.
Abrió el coche y
empezó a dejar todo aquello en el asiento trasero.
-Vaya, chico, ¡cuántas cosas necesitas!
(Mucki
y los hombres de blanco. T.A. Labrador).
Por
otro lado es un narrador estupendo si queremos enseñar los pensamientos de un
personaje, el devenir de su mente y sus reflexiones.
Como
inconvenientes de este tipo de narrador hablaremos de sus limitaciones. En
primer lugar, tenemos un narrador que solo puede hablar de forma subjetiva, la
realidad no tiene porqué ser como él la ve y además nunca podrá saber lo que
piensan otros personajes, solo intuirlo.
Es un
narrador que siempre debe comportarse como lo que es, es decir, si es un niño,
no podrá, en ningún uso, razonar como un adulto y si la historia nos la cuenta
el árbol del jardín no podremos saber, salvo que nos lo diga alguien como es la
parte del jardín que a él le oculta la casa.
Narrador en 3ª persona del singular.
Y ya
es el momento de hablar del narrador más común, el de tercera persona del
singular, el que nos cuenta la historia no como personaje de la misma sino
desde fuera, viéndolo todo un cierta distancia. En fin, este narrador es el
escritor que nos cuenta un cuento.
Pero
ojo, que incluso siendo una narrador externo podemos elegir diferentes escalas
de acercamiento.
El
narrador puede estar tan cerca de uno de los protagonistas que todo se vea y
sienta desde su punto de vista. Este narrador tiene, en cierto modo, la
complicidad del narrador en primera persona ya que es tan cercano al
protagonista, que solo tendríamos que cambiar “él” por “yo” para tener un
narrador en primera persona, pero tiene también algunas ventajas sobre este.
Cuando necesita mirar el relato desde más lejos no tiene más que salir de la
cabeza de este personaje y tomar distancia.
“Ya no sentía el miedo ni la inquietud del día anterior. Ya no
experimentaba ninguna otra cosa que no fuera serenidad y emoción. Si había
escrito aquellas palabras atrapado por el magnetismo de la historia, si se
había volcado en cada uno de los sentimientos que sentía, ahora era capaz de
leerlas con la misma devoción. Lo fundamental en una relación como aquella era
la complicidad.
Elsi y él eran
cómplices”.
(Kafka
y la muñeca viajera. Jordi Sierra i Fabra).
En
tercera persona tenemos el narrador omnisciente, seguramente el más utilizado y
el que menos problemas plantea. Es, desde luego, el más ágil ya que todo lo sabe y todo lo ve. Puede estar siempre donde
y con quien el escritor quiera y es el que más libertad le da.
Normalmente,
al usar este narrador, el escritor emite también juicios de valor sobre los
temas que se tratan en el texto, sobre lo que ocurre o sobre personajes,
teniendo así más facilidad para crear una corriente de complicidad con el
lector.
Esto
no tiene, de todos modos, que pasar siempre y el autor puede usar un narrador
omnisciente pero plenamente objetivo que se limita a contar los hechos sin
opinar ni tomar parte por una u otra situación.
En
nuestro caso, que escribimos para niños, este narrador, el omnisciente, nos
puede ser muy útil ya que podemos llegar al lector de manera más directa y ágil
y seguramente nos va a resultar muy cómodo.
“El Sr.
Munroe fue a su habitación que estaba hecha un desastre.
Cuando volvió,
Ottoline estaba ordenando de nuevo su Colección de Zapatos Curiosos.
Ottoline tenía dos
colecciones que había reunido ella sola. Una era la de Zapatos Curiosos, de la
que se sentía muy orgullosa. Cuando se compraba un par de zapatos, se ponía uno
y el otro lo añadía a la colección.
(Ottoline y la Gata Amarilla. Chris Riddell).
Después
de todo lo dicho hasta ahora y sabiendo que tenemos un millón de posibilidades,
todo depende de lo que queramos contar, de nuestro estado de ánimo y de dónde
queramos llegar con nuestro texto.
Cada
historia tiene sus preferencias y cada uno pide el tipo de narrador o
narradores que mejor le pueda ir.
Los
personajes en la literatura infantil.
Los personajes de la literatura infantil proceden de la narración oral
que transmitía los mitos sobe la creación del mundo, sobre las tradiciones,
sobre la sociedad o sobre la vida en general.
Dioses,
demonios, animales de culto, fueron evolucionando hasta llegar a lo que son
hoy, Los protagonistas de los cuentos en los que todo vale y cualquiera puede
ser un héroe o un villano.
Los personajes son el principio de nuestra historia, gracias a ellos
todo empieza a rodar y sin ellos lo que queramos contar no será nada. Un buen o
mal personaje puede hacer de un insignificante hecho algo grandioso o de un
gran acto una nimiedad.
Un
personaje bien conseguido debe cautivar e intrigar a los lectores para que
estos conecten con él. Bueno o malo, debe resultar atractivo.
Tengamos, antes que nada, que hay distintos tipos de
personajes y conviene diferenciarlos.
Según su grado de participación en la historia podemos
hablar de personajes principales, secundarios e incidentales.
Principales
Son aquellos que concentran la mayor atención, porque
participan directamente en los acontecimientos que se narran. Es decir, la
narración se trata de lo que les ocurre a ellos o de lo que ellos mismos
realizan.
Secundarios
Son quienes no están involucrados directamente en la
historia que se cuenta, sino que tienen una participación menor. No es que no
tengan importancia; también intervienen en los hechos, pero no tanto ni tan
seguido como los personajes principales.
Ninguna historia existiría sin los personajes secundarios:
¿os imagináis una cenicienta sin madrastra? Los secundarios son tan importantes
en el relato que hay autores que aseguran que tienen biografías larguísimas de
los mismos, como veremos más adelante, por más que solo aparezcan en algunas
lineas.
Están creados para “servir” al protagonista de la historia.
Son ellos, con sus actos, sus voces, su actividad o su pasividad quienes
modifican, replican, explican al protagonista.
Por otro lado, los objetos también pueden considerarse
secundarios imprescindibles en cualquier narración. Sirven como símbolos
conocidos y reconocidos por el lector: la llave de Barba Azul, el zapato de
Cenicienta, las migas de pan de Pulgarcito...
Incidentales
También se les llama personajes episódicos. Son aquellos que
aparecen en la historia solo en una oportunidad, para algo específico. Esto
puede ser entregar un dato, hacer una pregunta, o simplemente observar una
situación.
Ahora bien, hay ocasiones en que los personajes incidentales
juegan un papel clave para el desarrollo de la narración. Por ejemplo,
imaginemos lo que sucedería si un día cualquiera, cuando vamos caminado por la
calle, pasa un desconocido y nos pone en las manos un maletín repleto de
dinero. ¿No cambiaría la historia de nuestras vidas?
¿Qué
debe tener un buen personaje?
Un
buen personaje es aquel que no es plano, que tiene diferentes maneras de
mirarlo, que es rico en matices.
Es
cierto que la literatura infantil está llena de buenos buenísimos y de malos
malísimos pero estos son los que encontraremos, fundamentalmente, en obras cargadas de moralina, en muchos casos
aburridas y sin más objetos que dar lecciones. Si nos paramos a conocer al
Capitán Garfio, veremos que él también tiene su corazoncito, ¿no?
Para que un personaje nos diga realmente algo tenemos que entenderlo en
lo bueno y en lo malo. Para los niños será mucho más fácil sentirse
identificado con un protagonista si en él también ve pequeños defectos, los
propios. “Si el muñeco de cartón, que a veces no presta sus juguetes, puede
colarse en el castillo para encontrar a su amigo el ratón, ¿por qué yo no?”.
Por supuesto, nuestro cuento no tiene porqué estar lleno de personajes
estupendos y coloridos. Los
personajes secundarios, que suelen servir para apoyar la acción y a los
protagonistas, no tienen que ser obras maestras, ellos pueden ser planos y
estereotipados ya que su única función que acompañar.
A sí
pues, aunque la literatura infantil, sobre todo si es para los más pequeños nos
da la opción de estereotipar personajes, porque a veces nos hacen falta malos
muy malos y héroes valientes y gallardos, no debemos conformarnos con ellos ni
abusar de sus figuras. Como ya hemos dicho, los niños son niños, no tontos y
casi seguro, se van a sentir infinitamente más atraídos por un héroe chistoso
que por un príncipe repeinado y estirado.
¿Cómo hacemos que nuestros personajes
sean buenos?
Para
que una historia sea creíble, los personajes tienen que serlo y sus acciones
tienen que ser fruto de su carácter y su forma de ser.
Debes conocer a tus personajes, debes darles una vida, unas
características y unos rasgos, independientemente de que estos aparezcan o no
en la historia. Si no les damos una personalidad, no podemos pedirles un
comportamiento.
Veamos
algunas qué cosas debemos pensar para que los personajes que creemos sean
completos:
Nombre:
por muy tonto que parezca, elegir el nombre de nuestro personaje es muy
importante, no tienen el mismo carácter una persona que se llama Garrapata que
otra que se llama Nicolás, por ejemplo. También hay que tener en cuenta que si
se escribe una novela de época los nombres tienen que adecuarse al momento
histórico.
Rasgos
físicos: lo mejor para rellenar este apartado es hacerse
algunas preguntas:
¿Es feo/a o guapo/a mi personaje?
¿Cuántos años tiene?
¿Es del país, extranjero, de otro mundo…?
¿Tiene alguna particularidad física?
¿Tiene algún gesto, tic, forma de hablar que sea
destacable?
¿Cómo se viste?
Otros
datos:
¿A qué se dedica?
¿Tiene padres, hermanos?
¿Cómo es su familia?
¿Cómo son sus amigos y enemigos?
Carácter:
¿Cuáles son sus costumbres, sus gustos?
¿Cuál es su virtud más destacada?, ¿y sus defectos?
¿Algún secreto inconfesable?
¿Qué es lo que más le gusta?, ¿y lo que menos?
Un truco muy bueno para definir un personaje es por
sus rasgos menos comunes. Las manías y las muletillas o tics describen muy bien
a un personaje. Para inventarlos es bueno hacerse algunas preguntas inusuales:
¿De qué equipo de fútbol es?
¿Qué guarda en mochila?
¿Cuál es su comida favorita?
¿Es puntual o impuntual?
¿Tiene mascotas?
Siempre
me ha llamado la atención que los personajes de Harry Potter tengan entrada en
la wikipedia, en ella se nos cuenta toda su vida, antes, durante y después de
lo que ocurre en las novelas. Y no solo los personajes principales, también
algunos secundarios. Pongamos el ejemplo de la profesrora McGonagall:
Minerva McGonagall era la primogénita
y única hija de un pastor presbiteriano escocés y de una bruja educada en
Hogwarts. Creció en las Tierras Altas de Escocia a principios del siglo XX, y
poco a poco se dio cuenta de que había algo extraño en sus habilidades y en el
matrimonio de sus padres.
El padre de Minerva, el Reverendo Robert McGonagall, había
quedado cautivado por la alegre Isobel Ross, que vivía en el mismo pueblo. Como
sus vecinos, Robert creía que Isobel iba a un internado selecto para señoritas
en Inglaterra. De hecho, cuando Isobel desaparecía de casa durante meses, era
para ir al Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería.
Consciente de que sus padres, una bruja y un mago, despreciarían
una relación con el joven y serio muggle, Isobel mantuvo su floreciente
relación en secreto. Cuando tenía dieciocho años ya se había enamorado de
Robert. Lamentablemente, no había tenido el coraje de decirle la verdad sobre
su identidad.
La pareja se escapó, lo que provocó la furia de los padres de
ambos. Habiendo roto la relación con su familia, Isobel no podía estropear la
felicidad de la luna de miel diciéndole a su nuevo marido, que era tan feliz,
que había sacado las mejores notas de toda la clase en Encantamientos en
Hogwarts y que había sido la capitana del equipo de quidditch. Isobel y Robert
se mudaron a una casa a las afueras de Caithness, donde la bella Isobel
demostró una gran habilidad para llegar a fin de mes con el mísero salario de
un pastor protestante.
El nacimiento del primer bebé de la pareja, Minerva, provocó
tanto una gran alegría como una gran crisis. Como echaba de menos a su familia
y a la comunidad mágica que había dejado por amor, Isobel insistió en darle a
su hija el nombre de su abuela, una bruja con mucho talento. El extravagante
nombre hizo que muchos miembros de la comunidad en la que vivían fruncieran las
cejas, y al Reverendo Robert McGonagall no le fue fácil explicar la elección de
su esposa a sus parroquianos. Además, la melancolía de su mujer le alarmaba.
Sus amigos intentaban convencerle de que era normal que las mujeres se
sintieran un tanto descentradas tras el nacimiento de un bebé y que Isobel
pronto volvería a ser la misma de antes.
Isobel, sin embargo, se volvió más y más huraña, y a menudo se
encerraba en casa con Minerva durante días. Isobel le dijo a su hija más tarde
que desde el principio había mostrado pequeños, pero inconfundibles signos de
magia: juguetes de las estanterías aparecían en su cuna, el gato de la familia
le ayudaba a pedir cosas antes de que pudiera hablar, y las gaitas de su padre
se dejaban oír en ocasiones tocando solas en habitaciones alejadas, un fenómeno
que hacía reír a Minerva de bebé.
Isobel se sentía dividida entre el orgullo y el miedo. Sabía que
debía confesarle la verdad a Robert antes de que viera algo que pudiera
alarmarle. Un día, cediendo al fin a las preguntas incesantes de Robert, Isobel
rompió a llorar, sacó su varita de la caja en que estaba guardada bajo llave
debajo de su cama y le mostró su verdadera identidad.
Minerva era demasiado pequeña para recordar aquella noche, sin
embargo sus repercusiones le dejaron un amargo recuerdo de las complicaciones
de crecer con magia en un mundo muggle. Aunque Robert McGonagall no quiso menos
a su mujer al descubrir que era bruja, se sintió profundamente herido por la
revelación y por el hecho de que le había ocultado un secreto como ese durante
tanto tiempo. Y aún peor era que él, hombre honesto y recto, debía ahora llevar
una vida llena de secretos, todo lo contrario a su naturaleza. Isobel explicó,
a través de sus sollozos, que ella y su hija estaban obligadas a cumplir el
Estatuto Internacional del Secreto y que debía mantener en secreto la verdad
sobre ellos mismos o hacer frente a la furia del Ministerio de Magia. Robert
también se sintió aterrorizado al imaginarse cómo recibirían los lugareños –una
gente austera, recta y convencional– la noticia de que la esposa de su pastor
era bruja.
El amor perduró, pero la confianza entre sus padres se había
roto, y Minerva, una chica lista y observadora, vivió esta situación con
tristeza. Dos hijos más nacerían en la familia de los McGonagall, dos chicos,
que también revelarían habilidades mágicas. Minerva le ayudó a su madre a
explicarles a Malcolm y Robert junior que no deberían hacer alarde de su magia
y, asimismo, ayudó a su madre a ocultarle a su padre los accidentes y vergüenza
que a veces causaba su magia.
Minerva tenía una relación muy estrecha con su padre muggle, al
que se parecía en temperamento más que a su madre. Vio con dolor cómo sufría
por la situación tan extraña de la familia. También se dio cuenta de cuánto
estrés le causaba a su madre tener que encajar dentro del pueblo muggle y cómo
echaba de menos la libertad de estar con los suyos y poder ejercer sus
considerables talentos. Minerva nunca olvidó cuánto lloró su madre cuando llegó
la carta de admisión en el Colegio Hogwarts de Magia y Hechicería al cumplir
Minerva once años. Ella se dio cuenta de que Isobel no solo lloraba de orgullo,
sino también de envidia.
J.K.
Rowling tiene todo esto en la cabeza cuando crea al personaje. Fuera del libro,
la profesora tiene una vida.
Sin
embargo, a la hora de crear personajes para historias infantiles podemos jugar
con elementos que la literatura de adultos no nos permitiría.
No solo vamos a usar personajes reales y conocidos, nuestros escritos estarán llenos de princesa,
reyes, niños valientes o niñas con trenzas, pero es que también podemos usar un
sin fin de personajes imaginarios. Hablamos, claro, de los clásicos, los ogros, las
brujas, los dragones, los magos, los genios, las hadas…
Todos ellos recurrentes en la literatura infantil y que no nos debe dar
miedo utilizar ya que no pasan de moda y los niños siempre están dispuestos a
escuchar aventuras en las que aparezcan.
Pero
es que, además, podemos personalizar o dotar de vida todo lo que queremos.
Historias de los lápices dentro del estuche, en el camino hacia el colegio, la
alfombra de la entrada que nos lleva de paseo, un cuaderno que habla... lo que
queramos, cualquier cosa vale si sabemos usarla.
Los
animales son un recurso estupendo a la hora de escribir para los más pequeños.
Les atrae muchísimo la idea de que los animales puedan hablar, vestirse, etc.
Son unos magníficos protagonistas para nuestros relatos.
¿Quién es Gerónimo Stilton?
¡Soy yo! Soy un tipo un poco distraído, con la cabeza en las nubes… Dirijo un periódico, pero mi verdadera pasión es escribir. ¡Aquí en Ratonia, en la Isla de los Ratones, todos mis libros son unos bestsellers! Pero ¿cómo?, ¿no los conocéis? Son esas historias cómicas tan tiernas como un queso de bola, tan gustosas como un gorgonzola y tan entretenidas como contarle los agujeros a una loncha de gruyer… En definitiva, historias morrocotudas, ¡palabra de Gerónimo Stilton!
¡Soy yo! Soy un tipo un poco distraído, con la cabeza en las nubes… Dirijo un periódico, pero mi verdadera pasión es escribir. ¡Aquí en Ratonia, en la Isla de los Ratones, todos mis libros son unos bestsellers! Pero ¿cómo?, ¿no los conocéis? Son esas historias cómicas tan tiernas como un queso de bola, tan gustosas como un gorgonzola y tan entretenidas como contarle los agujeros a una loncha de gruyer… En definitiva, historias morrocotudas, ¡palabra de Gerónimo Stilton!
Por
último, pero no menos importante, debemos aclarar que, a una literatura
realmente llena de clichés y estereotipos, una de nuestras grandes bazas es
precisamente romperlos.
Podemos
cambiar totalmente el papel del lobo en uno de los cuentos clásicos; enseñar un
perfil de Caperucita que nadie conozca, convertir en nuestro protagonista a un
personaje malvado… podemos jugar con lo que ya tenemos y moldearlo como si
fuera plastilina para crear una aventura totalmente distinta a lo que hemos
visto hasta ahora. Los personajes de la literatura infantil pueden ser como
queramos, ¡aprovechémoslo!
“Seguro que todos conocen el cuento de Los tres cerditos. O al
menos creen que lo conocen. Pero les voy a contar un secreto. Nadie conoce la
verdadera historia, porque nadie ha escuchado mi versión del cuento.
Yo soy el lobo Silvestre B. Lobo. Pueden llamarme Sil.
No sé cómo empezó todo este asunto del lobo feroz, pero es todo
un invento.
A lo mejor, el problema es lo que comemos.
Y bueno, no es mi culpa que los lobos coman animalitos tiernos,
tales como conejitos, ovejas y cerdos. Así es como somos. Si las hamburguesas
con queso fueran tiernas, la gente pensaría que ustedes son feroces, también.
Pero, como les decía, todo este asunto del lobo feroz es un
invento.
La verdadera historia es la de un estornudo y una taza de
azúcar.
ESTA ES LA VERDADERA HISTORIA
(La
verdadera historia de los tres cerditos. Jon Scieszka y Lane Smith).
Autora: María Gómez de Aranda Soto
Autora: María Gómez de Aranda Soto
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