Y
ahora que hemos hablado un poco de la literatura infantil, de los cuentos y de
nuestros lectores, vamos a ver realmente cómo escribir libros para niños
sacándole el máximo partido a nuestro potencial.
Empezando a tejer.
A la
hora de escribir cada uno tiene sus trucos. Los hay que empiezan a escribir sin
más y van viendo por dónde les lleva el relato, otros, antes de empuñar la
pluma (o el teclado) lo tienen todo pensado y preparado en un esquema. Esto va
en gustos y depende del proceso creativo de cada uno, pero en un caso o en otro
debemos tener algo que contar.
Es
cierto que no siempre podemos esperar a que la inspiración se acerque a
nosotros con una gran historia. A veces nos viene dada por las circunstancias y
otras la tenemos que buscar pero ¿cómo dar forma al boceto?, ¿de dónde sacarlo?
Normalmente
solemos tener una idea, con frecuencia es minúscula, un atisbo de cuento, otras
la aventura está prácticamente montada en nuestra imaginación y solo tenemos
que trasladarla al papel.
En
ambos casos es bueno tener lo que yo llamo un “cuaderno de todo". Cada uno
puede llamarlo como quiera, claro y darle el formato que más le guste. El
“cuaderno de todo" no es más que la recomendación de tener siempre papel y
lápiz o un lugar donde apuntar a mano.
Primero, para no dejar que nada se nos escape y segundo para poder hacer
borradores de esa chispa que aún tenemos que desarrollar. Así pues, conviene
tener donde dejar caer las ideas porque a veces hay que madurarlas y otras
veces se nos pueden olvidar.
Bien,
imaginemos que nuestro "cuaderno de todo” está vacío últimamente no se nos
ha ocurrido nada y no nos ha asaltado ninguna idea genial pero nos han pedido
que escribamos un cuento porque “se nos da tan bien”. Orgullosísimos de que se
nos dé bien no queremos defraudar y nos sentamos a darle vueltas. ¿Sobre qué
escribimos?, ¿cómo lo enfocamos?
La
experiencia personal de cada uno, como en toda la literatura, es fundamental y un aliado estupendo. En este caso
no debes olvidar que tu punto de vista debe ser el de un niño, podemos hablar
de casi todo, siempre que lo hagamos a través de los ojos del pequeño. Debemos
también, tener en cuenta la edad porque no podemos explicar de la misma manera
cómo se vivía en el castillo del vampiro Gabito a un niño de tres o cuatro años
y a uno de ocho o nueve.
Así
pues, si os parece interesante hacer un cuento del atasco que nos encontramos
al salir de casa por la mañana, no lo vamos a hacer desde nuestra desesperación
y aburrimiento sino desde lo emocionante de la posibilidad de llegar tarde al
cole, lo divertido de mirar los otros coches o lo entretenido de jugar todos
juntos al veo veo,
hasta que Rafaelito diga que lo que ve es la cola de un dragón y... ¡madre mía!
¡Pero si es verdad! Del puente cuelga la cola de un dragón, ¿será peligroso?...
Otra
de las alternativas que tenemos es usar a los niños como modelo, sus vidas, sus
sueños, sus aventuras… todo eso nos puede dar pie para historias realmente
interesantes.
Es importante también que juguemos con
las posibilidades, preguntémonos, ¿y si pasara esto?, ¿qué ocurriría si…? Por
ejemplo, ¿qué pasaría si a la hora de hacer la cena los huevos para la tortilla
se escaparan?
Por supuesto, los cuentos tradicionales son otro
filón ya que podemos desde,
simplemente utilizar sus elementos hasta cambiarlos y darles la forma que más
nos guste. Por ejemplo, usar los personajes que otros crearon
y mezclarlos en un solo cuento, estoy, segura de que Peten Pan y Alicia
tendrían muchas cosas que contarse, podemos invertir papeles, parodiar las
historias o cambiarles el final. Los cuentos de toda la vida son una buena
herramienta para crear los nuestros y no debemos desaprovecharla. Eso hace por
ejemplo Roald Dahl en sus Cuentos en verso para niños perversos.
“Caperucita roja y el lobo.
Estando una mañana haciendo el bobo
le entró un hambre espantosa al Señor Lobo,
así que, para echarse algo a la muela,
se fue corriendo a casa de la Abuela.
"¿Puedo pasar, Señora?", preguntó.
La pobre anciana, al verlo, se asustó
pensando: "¡Este me come de un bocado!".
Y, claro, no se había equivocado:
se convirtió la Abuela en alimento
en menos tiempo del que aquí te cuento.
Lo malo es que era flaca y tan huesuda
que al Lobo no le fue de gran ayuda:
"Sigo teniendo un hambre aterradora...
¡Tendré que merendarme otra señora!".
Y, al no encontrar ninguna en la nevera,
gruñó con impaciencia aquella fiera:
"¡Esperaré sentado hasta que vuelva
Caperucita Roja de la Selva!"
-que así llamaba al Bosque la alimaña,
creyéndose en Brasil y no en España-.
Y porque no se viera su fiereza,
se disfrazó de abuela con presteza,
se dio laca en las uñas y en el pelo,
se puso la gran falda gris de vuelo,
zapatos, sombrerito, una chaqueta
y se sentó en espera de la nieta.
Llegó por fin Caperu a mediodía
y dijo: "¿Cómo estás, abuela mía?
Por cierto, ¡me impresionan tus orejas!".
"Para mejor oírte, que las viejas
somos un poco sordas". "¡Abuelita,
qué ojos tan grandes tienes!". "Claro, hijita,
son las lentillas nuevas que me ha puesto
para que pueda verte Don Ernesto
el oculista", dijo el animal
mirándola con gesto angelical
mientras se le ocurría que la chica
iba a saberle mil veces más rica
que el rancho precedente. De repente
Caperucita dijo: "¡Qué imponente
abrigo de piel llevas este invierno!".
El Lobo, estupefacto, dijo: "¡Un cuerno!
O no sabes el cuento o tú me mientes:
¡Ahora te toca hablarme de mis dientes!
¿Me estás tomando el pelo...? Oye, mocosa,
te comeré ahora mismo y a otra cosa".
Pero ella se sentó en un canapé
y se sacó un revólver del corsé,
con calma apuntó bien a la cabeza
y -¡pam!- allí cayó la buena pieza.
Al poco tiempo vi a Caperucita
cruzando por el Bosque... ¡Pobrecita!
¿Sabéis lo que llevaba la infeliz?
Pues nada menos que un sobrepelliz
que a mí me pareció de piel de un lobo
que estuvo una mañana haciendo el bobo”.
Los
castillos, las brujas, la magia, el lobo malvado… siempre van a ser bienvenidos
en un cuento para niños. No importa que ya los hayan visto hasta la saciedad,
el niño necesita reiterar para reafirmarse, por lo tanto movernos en su
terreno, con personajes que ya conocen les gustará.
Otro
de los ases que nos podemos sacar de la manga es el de personalizar objetos o
animales. Ya hemos dicho que la imaginación de un niño no tiene límites así que
tenemos muchísimos territorios que explorar, desde el hormiguero que vimos el
otro día en el parque hasta el cajón de los manteles del salón. TODO nos vale
para contar una historia, TODO puede cobrar vida y convertirse en compañero de
viaje.
“Había una vez cuatro conejitos que
se llamaban Pelusa, Pitusa, Colita de Algodón y Perico. Vivían con su madre
bajo las raíces de un abeto muy grande.
Una mañana su madre les dijo:
-Hijitos, podéis ir a jugar al campo
o a corretear por la vereda…, pero no vayáis al huerto del tío Gregorio. Ya
sabéis la desgracia que le ocurrió allí a vuestro padre. ¡La tía Gregoria lo
hizo picadillo!
¡Hala! Iros a jugar pero no hagáis travesuras. Yo voy a salir.
¡Hala! Iros a jugar pero no hagáis travesuras. Yo voy a salir.
Entonces la señora Coneja cogió la
cesta y el paraguas y se fue andando por el bosque a la panadería. Allí compró
una barra de pan moreno y cinco bollos”.
(El
cuento de Perico el conejo travieso. Beatrix Potter).
Por
otro lado, no debemos olvidar los temas que más gustan o más les van a decir a
los lectores. Con ellos podemos vivir grandes aventuras.
Cuando
leemos queremos sentirnos identificados con lo que estamos leyendo, los niños
no son una excepción, todo lo contrario, ellos están descubriendo cosas
continuamente y les hace falta ver en sus lecturas los temas que les preocupan.
Alguno,
de estos temas de los que podemos hablar en nuestros cuentos son:
Valor:
aventura; superar temores; el héroe que encuentra fuerza en sí mismo cuando
creía que no la tenía.
Amistad: Compartir
y ayudarse mutuamente, resolver conflictos; divertirse.
Pérdida: este
tema refleja una preocupación central de los niños. Puede ser algo enorme, como
la pérdida de un ser querido o algo más cotidiano, como un juguete, pero la
preocupación subyacente es la misma.
Crecer:
aceptar el cambio; no tener siempre lo que se quiere, la necesidad de esperar,
el cambio de actitud ante el sexo opuesto…
Pertenencia: es
un tema que se debe mostrar con sensibilidad. El miedo a no encajar y la
preocupación que eso conlleva. Puede ser una forma útil de promover la
tolerancia.
Furia: un
tema importante que reconforta a los niños, mostrándoles que no están solos en
sus sentimientos y ofreciéndoles formas de visualizar más allá de la falta de
control. Los niños poseen un sentido de la injusticia muy desarrollado y a
menudo se dan cuenta de su impotencia en determinadas situaciones.
Celos:
relacionado con el tema anterior pero más específico. La llegada de un nuevo
bebe a la familia, los regalos que se le hacen a un amigo en su cumpleaños, el
juguete que tiene un compañero de clase…
Amor:
probablemente el mayor tema en todos los cuentos infantiles. Afirmar el amor
por alguien y ser amado es el elemento central de una infancia feliz.
Los
cuentos nos van a servir para ayudar al niño a entender situaciones y
sentimientos para enfrentarlos y manejarlos, de ahí que a la hora de inventar
nuestra historia debamos tener esto en cuenta.
Palabras de plastilina.
Ya
tenemos la idea, ahora tenemos que un desarrollarla y convertirla en cuento,
¿cómo lo hacemos?
Vamos
a empezar por aclarar algo básico en la literatura, fundamentalmente en la
infantil. Toda narración tiene tres partes:
Introducción, inicio o planteamiento: Aquí
establecemos el cómo, el cuándo y el quién. Nos ponemos en situación e
introducimos al lector en lo que será la historia. Presentamos a los personajes, situamos la acción en el tiempo y en el
espacio y sentamos las primeras bases.
“Rita es una lagartija a la que le chifla el sol.
Pasa el día panza arriba y se divierte un montón.
Pero anda muy
despistada, porque, la muy chalada, ¡cree ser un camaleón, como su tío Ramón.
Ramón, el
camaleón. Cuando no quiere ser visto, el pillo, como es muy listo, se camufla
de un tirón (…)”.
(Rita,
la lagartija. Irene Blasco Grau).
Nudo o desarrollo: Esta
es la parte más larga del texto, la más jugosa y en la que más posibilidades
tenemos de experimentar. En ella se plantea la aventura propiamente dicha, el
problema, la búsqueda de solución, los problemas que surgen hasta llegar a la
misma…La narración, los diálogos, la acción, están más presentes en esta parte que en ninguna otra.
“(…) En su atropellada fuga, hizo un gran descubrimiento al
toparse con un cuento. Tanto, tanto le gustó, que de la familia de Lola se
creyó.
“Per si… ¡seré taruga! ¡No soy un camaleón! Soy… ¡una linda
tortuga!”
Y se fue, hecha un lío, a zamparse un bombón.
“¿Cómo que una
tortuga?” Exclamaron los amigos de la loca lagartija.
“Algo tenemos que
hacer, Rita necesita ayuda”.
(…)”
(Rita, la lagartija. Irene Blasco Grau).
Desenlace o final:
Llegamos al momento de la solución del problema y la vuelta a la normalidad por
parte de los personajes. Es un buen momento para sorprender y hacer que el
final no sea el típico.
“(…) Rita se encontró el espejo y entonces le entró la duda…
“pero… ¿este es mi
reflejo? ¡Ahora sí que está bien claro! Ni camaleón, ni tortuga. ¡Yo soy una
lagartija!”
Y así Rita, bien
contenta de saber por fin quién era organizó una gran fiesta para todos sus
colegas.
Y se divirtieron
mucho, toda la tarde jugando, y entre todos celebrando que la feliz lagartija
por fin sabía quién era”.
(Rita, la lagartija. Irene Blasco Grau).
¿Por
qué debemos dejar claras estas partes? Básicamente porque, aunque en la
literatura siempre hay cosas por descubrir y probar puede ser divertido y muy
revelador, en el caso de la literatura para niños conviene no abandonar este
esquema. Estamos introduciendo a los más pequeños en la lectura y si no
mantenemos un orden les crearemos dificultad a la hora de seguir el relato, eso
les cansará y abandonarán. Por
otro lado, aunque son mucho más flexibles en lo que a fantasía se refiere, su
visión del tiempo no es la nuestra y los saltos temporales les resultarán
difíciles de asimilar.
Así pues, sobre todo si escribimos para
edades tempranas, no debemos hacer experimentos y lo mejor es que mantengamos
un orden lógico para el lector.
Dicho
esto, vamos a enfrentarnos al hecho de escribir nuestro cuento.
La importancia de los principios y los
finales.
Sabemos
que el nudo, el conflicto de una obra y la manera en que lo enfoquemos son
fundamentales. En esa parte vamos a volcar la gran mayoría de los elementos que
usemos para darle forma a la historia. Los diálogos, las descripciones, la
acción; todas nuestras ideas geniales irán cayendo en el saco del nudo y le
vamos a dedicar mucho esfuerzo, con toda la razón del mundo.
Pero las otras dos partes del texto,
mucho más breves que esta, son igual de importantes en la construcción de un
buen escrito. Un buen comienzo nos asegura la atención del lector y un buen
final, que cierre el libro satisfecho y contento con su lectura.
¿Cómo empezamos bien una historia?
Evidentemente,
aunque tenemos que empezar a dar datos para situar al lector, no debemos dar
toda la infamación de golpe, conviene dosificarla, no solo para no abrumarle, sino también porque así mantendremos su intriga.
Los ingleses usan el término catchphrase, es decir, una frase que atrape, para definir
aquellas con las que sería estupendo que empezaran todos los libros. Una
frase que nos diga todo, pero de manera muy sencilla y que, a la vez, nos anime
a querer leer más.
"Hasta
los cuatro años, James Henry Trotter había llevado una vida feliz”.
Con
esta sencilla frase Roald Dahl nos dice claramente que su historia empieza
después de esa época y que, evidentemente, a partir de esa edad, el pobre James
dejó de ser feliz. ¿Qué
fue lo que pasó para que esto ocurriera?, ¿por qué James ya no lleva una vida
feliz? No sé vosotros, pero con estos datos yo tengo ganas de seguir leyendo.
Además
de un principio genial, que puede ayudarnos bastante, debemos tener en cuenta
algunas cosas a la hora de empezar nuestra obra, a saber:
• Hay
que ir ofreciendo al lector información que le ayude a introducirse en ese
mundo que estamos inventando para él y a conocer a sus personajes.
• Todo
lo que contemos debe ser necesario y bello. No conviene irse por los cerros de
Úbeda, porque aburriremos al público, y
nunca jamás debemos perder de vista de la estética del texto. Todo lo que
contemos debemos hacerlo de la manera más bella posible.
Y
tras esto, ¿cómo logramos cerrar la trama de manera convincente?
Seguramente,
lo más importante es que el lector no se sienta engañado y para eso debe
resultar creíble y no dejar cabos sueltos. Cualquier drama o ministerio que
abramos debe cerrarse sin que el lector pueda preguntarse “¿y qué pasó con...?”.
-Normalmente,
en la literatura infantil, además, el final debe ser razonablemente feliz. No
solo porque es lo que el niño espera, sino porque si la sensación final es
desagradable no se atreverá y no le verá incentivo ninguno a enfrentarse a otra
obra.
-No
debe ser un final apresurado.
Después de leer todo lo que le hemos querido contar, el lector se merece poder
disfrutar del final.
-Y
evidentemente, el esfuerzo de leer tooodo el libro debe merecer la pena así
que, el final debe ser coherente en este sentido. El niño se ha esforzado en
leer todas las páginas y el final debe compensar.
Por
supuesto, podemos jugar a dejar el final abierto bajo la promesa de nuevas
aventuras con los protagonistas de esta, pero en ese caso, sí debemos dejar
algún cabo suelto y desde luego, misterio e intriga, para que el lector espere
impaciente la próxima entrega.
Creando ambiente.
La
atmósfera en la narración es como la ambientación en el cine, envuelve La
totalidad del relato y gracias a ella el lector queda atrapado por el universo
narrativo y sale transformado.
Una
de las claves del éxito de los libros de Harry Potter es precisamente la
atmósfera a la que J. K. Rowling nos transporta. Nos sentimos totalmente sumergidos en el mundo de los magos y nos
gusta.
Los
cuentos siempre han tenido un comienzo muy evocador:
"Érase una
vez, hace muchos años, en un país muy, muy lejano…”.
Con
esta sencilla y bonita frase el lector se sitúa automáticamente lejos de donde
se encuentra en ese momento y, de alguna manera, sabe que está entrando en un
terreno desconocido donde ¿quién sabe qué podrá pasar?...
“Érase una vez..." ¿no es
precioso?
Y ¿cómo
creamos atmósfera?
Pues,
para empezar, podemos hacer que el lugar donde se sitúa la acción lo envuelva
todo. Personalmente, una de las cosas que más me atraen de El señor de los
anillos es sentir que paseo por Rivendell, la tierra de los elfos o que
puedo visitar los agujeros de hobbit de La Comarca. Por otro lado, la oscuridad
de Mordor está tan patente en las páginas del libro que la llegada al Monte del
Destino es todo lo opresiva que Tolkien quiso que fuera.
Hogwart
el colegio de magia y hechicería de Harry Potter es otro ejemplo de lugar
evocador y envolvente. Viajamos a los internados de las novelas de Enid Blyton
pero además, la magia está presente en todas partes.
“—Bienvenidos a Hogwarts —dijo la profesora McGona gall—. El banquete de comienzo de año se
celebrará dentro de poco, pero antes de que ocupéis vuestro lugares en el Gran
Comedor deberéis ser seleccionados para vuestras casas. La Selección es una
ceremonia muy importante porque, mien
tras estéis aquí, vuestras casas serán como vuestra familia en Hogwarts.
Tendréis clases con el resto de la casa que os to que, dormiréis en los dormitorios de
vuestras casas y pasa réis el tiempo
libre en la sala común de la casa.
»Las cuatro casas se llaman Gryffindor, Hufflepuff, Ra venclaw y Slytherin. Cada casa tiene su
propia noble histo ria y cada una ha
producido notables brujas y magos. Mien
tras estéis en Hogwarts, vuestros triunfos conseguirán que las casas
ganen puntos, mientras que cualquier infracción de las reglas hará que los
pierdan. Al finalizar el año, la casa que obtenga más puntos será premiada con
la copa de la casa, un gran honor. Espero que todos vosotros seréis un orgullo
para la casa que os toque.
La Ceremonia de Selección tendrá lugar dentro de po cos minutos, frente al resto del colegio.
Os sugiero que, mien tras esperáis,
os arregléis lo mejor posible”.
(Harry Potter y la piedra filosofal. J.K. Rowling).
“Harry nunca habría imaginado un lugar tan extraño y espléndido.
Estaba iluminado por miles y miles de velas, que flotaban en el aire sobre
cuatro grandes mesas, donde los demás estudiantes ya estaban sentados. En las
mesas había platos, cubiertos y copas de oro. En una tarima, en la cabece ra del comedor, había otra gran mesa, donde
se sentaban los profesores. La profesora McGonagall condujo allí a los alum nos de primer año y los hizo detener y
formar una fila delante de los otros alumnos, con los profesores a sus
espaldas. Los cientos de rostros que los miraban parecían pálidas linternas
bajo la luz brillante de las velas. Situados entre los estudian tes, los fantasmas tenían un neblinoso
brillo plateado. Para evitar todas las miradas, Harry levantó la vista y vio un
te cho de terciopelo negro, salpicado
de estrellas. Oyó susurrar a Hermione: «Es un hechizo para que parezca como el
cielo de fuera, lo leí en la historia de Hogwarts».
Era difícil creer que allí hubiera techo y que el Gran Comedor
no se abriera directamente a los cielos”.
(Harry
Potter y la piedra filosofal. J.K. Rowling).
En este caso, cobran importancia los
escenarios, es decir, el lugar físico donde se desarrolla la historia, Nunca
resultan casuales. No lo es que Pulgarcito se pierda en un bosque; que otro
bosque resulte tan peligroso para Caperucita; que la princesa duerma en un
castillo rodeado de un espeso bosque; que los hermanos Hänsel y Gretel
encuentren la cas de la bruja en un bosque... Todos los lectores infantiles
“saben” que el bosque es un lugar prohibido y su sola mención ya presagia
momentos oscuros y difíciles en la narración.
El
estado de ánimo de los personajes también les puede ayudar a crear la
atmósfera. Si estamos escribiendo un relato de terror nuestros personajes
pueden ser serios y estirados, por ejemplo, el mayordomo del castillo que nos
abre la puerta. Y nuestros protagonistas despistados, ingenuos pero inquietos,
de manera que el lector vea el peligro que acecha y se ponga nervioso ante la
actuación de los personajes que no lo perciben.
También
podemos usar el clima para crear ambiente. Las típicas tormentas al llegar al
ya mencionado castillo o un campo lleno de margaritas con un río transparente
para ambientar una agradable conversación entre amigos nos pueden ser de gran
ayuda.
Situar
la acción en el tiempo y el espacio también es importante a la hora de crear
ambiente. Si queremos contar una historia en el Londres
victoriano, la niebla, los coches de caballos, la hora del té y los elegantes
vestidos de las señoras y las niñas no deben faltar.
Evidentemente,
los diálogos también deben adecuarse a lo que escribimos y esta es otra manera
de crear ambiente. En una casa elegante del Londres victoriano por el que
paseábamos antes, la exquisitez y la corrección estarán presentes en todo lo
que los personajes hablen (salvo que queramos crear contraste o comicidad por
algo).
También
es importante que elijamos bien el tempo (“el ritmo con que se desarrolla una
acción en una obra literaria” según el diccionario) de la narración. Si estamos
en una gran ciudad, con el ajetreo de los coches que pasan por todas partes y
la gente que llena las calles, un tempo rápido nos ayudará a situarnos en plena
Gran Vía de Madrid.
Por
el contrario, un paseo por el acantilado, recordando viejos tiempos, será mucho
más efectivo si el tempo es lento.
Por
último, comentar que el título de una obra también nos ayudará a crear el
ambiente. Los escarabajos vuelan al atardecer (María Gripe). ¿No es un título de lo más misterioso? ya antes de
abrir la primera página estamos intrigados.
Combinando
diálogos y descripciones.
Y
digo combinemos porque, si en una obra para adultos el exceso de descripciones
puede ser un problema, en la literatura infantil sin duda lo es.
Las
descripciones deben aparecer en los textos, claro, pero de forma disimulada y comedida. No cometamos
el error de comenzar a escribir explicando con pelos y señales como es la casa
del lago o el paisaje que el niño ve desde la ventanilla del coche, si lo
hacemos, ¡zas! el pequeño lector habrá cerrado el libro en un segundo y habrá
ido a buscar otro cuento donde “pase algo”.
Cuando
describamos algo debemos hacerlo de manera clara y concisa y si puede pasar
desapercibido mejor. Queremos que el lector se sitúe, pero para ello no es
necesario llenar páginas y páginas de descripciones, podemos ir dejando caer
entre acciones y diálogo, cómo es el paisaje o la casa nueva a la que acabamos
de llegar.
“Como nunca había dibujado un cordero, rehíce para él uno de los
dos únicos dibujos que yo era capaz de realizar: el de la serpiente boa
cerrada. Y quedé estupefacto cuando oí decir al hombrecito:
- ¡No, no! Yo no quiero un elefante en una serpiente. La
serpiente es muy peligrosa y el elefante ocupa mucho sitio. En mi planeta es
todo muy pequeño. Necesito un cordero. Dibújame un cordero.
Dibujé un cordero. Lo miró atentamente y dijo:
-¡No! Este está ya muy enfermo. Haz otro.
Volví a dibujar.
Mi amigo sonrió dulcemente, con indulgencia.
-¿Ves? Esto no es un cordero, es un carnero. Tiene Cuernos...
Rehíce nuevamente mi dibujo: fue rechazado igual que los
anteriores.
-Este es demasiado viejo. Quiero un cordero que viva mucho
tiempo”.
(El Principito. Antoine de Saint -
Exupéry).
El
cordero está enfermo y punto, el autor no nos cuenta como es el cordero que ha
dibujado, aunque está claro que no le ha salido muy favorecido.
Debemos
elegir bien las palabras que usamos y procurar no caer en tópicos y frases
hechas. Podemos cambiar un “se sentía triste" por “caminaba cabizbajo y
con las manos en los bolsillos”. Es mucho más expresivo y evocador.
Debemos,
además, hacer uso de sinónimos y antónimos para no abusar siempre de las mismas
expresiones y, teniendo en cuenta que escribimos para niños, si nuestras
descripciones están cargadas de humos y tienen un lenguaje divertido será mucho
más fácil contarle al lector lo que queremos.
“Garrapata era un hombre feroz y barrigudo que tenía una pata de
palo y un garfio de acero en vez de mano. Era el terror de Londres. Tenía la
nariz gorda y colorada como una berenjena y la cara picada de viruelas. Le
faltaba media oreja y llevaba un parche negro para taparse un ojo de cristal.
Por lo demás, no era demasiado feo”.
(El pirata Garrapata. Juan muñoz Martín).
Por
otro lado, hay que ser conscientes de que muchas de las cosas que contamos las
podemos mostrar sin necesidad de describir.
“La puerta del despacho de Scrooge estaba abierta; así podía
vigilar a su escribiente, quien, en un lóbrego cuchitril contiguo, una especie
de cisterna, copiaba cartas. Scrooge tenía encendido un fuego muy pequeño; pero
el que ardía en la habitación del escribiente era aún más débil, tanto que
apenas parecía una brasa. Sin embargo, él no podía avivarlo, pues la carbonera
se hallaba situada en el despacho de Scrooge; y, si al escribiente se le
hubiera ocurrido entrar con la pala, el jefe le habría augurado que él y la
pala estaban de más en aquel lugar. De modo que el escribiente se embozaba en
su bufanda blanca y procuraba calentarse con la vela, intento en el que, no
siendo hombre de viva imaginación, siempre fracasaba”.
(Canción de Navidad. Charles Dickens).
No sé
a vosotros pero a mí me queda muy claro el carácter del escribiente, el de
Scrooge y el frío que hacía en el despacho, ¿no?
Y si
para el lector al que nosotros escribimos las descripciones deben usarse con
moderación y de manera breve, los diálogos tienen mucha más cabida en nuestros
textos. Esto no quiere decir que podamos abusar de ellos, pero contribuyen a
hacer el texto más ágil y esta es una de nuestras prioridades.
El
diálogo es una parte fundamental de la narrativa y la ficción. No sólo permite
al lector “oír” a los personajes y por
tanto entenderlos mejor y encariñarse con ellos sino que resulta más grato de
leer que la parte descriptiva de la historia. ¿Cuántas veces os habéis
sorprendido “saltando" las descripciones y siguiendo el curso de los
acontecimientos solo por los diálogos?
El
diálogo ofrece más color al texto, nos permite hacerlo mucho más representativo
sin necesidad de describir.
“-¿Es usted John Silver? -le dije, alargándole la nota.
-Sí, hijo -contestó-; así me llamo. ¿Quién eres tú? -y al ver la
carta del squire, me pareció sorprender un cambio en su disposición-.
¡Ah!, sí -dijo elevando el tono-, tú eres nuestro grumete. ¡Me alegro de
conocerte!
Y estrechó mi mano con la suya, grande y firme”.
Ahora
bien, ¿cómo hacemos un buen diálogo? Pues un buen dialogo es aquel que
nos recuerde a las conversaciones de la vida real, de ahí que debamos poneros
en la piel de la persona que habla para darle credibilidad.
Las personas usamos continuamente muletillas,
frases hechas, tics... debemos saber incluirlas en el texto. Un buen diálogo
además sirve para conferir al lector información útil que ayude al progreso de
la historia. Por eso un buen diálogo debe ser informativo pero sin que lo
parezca.
Además,
hay que usar un lenguaje no solo acorde a nuestro lector, sino también,
obviamente, a la persona que habla. Si es un niño, un perro o un tenedor, los
diálogos deben ser característicos del personaje que participa a ellos.
“Por ejemplo, un día llegó un tenedor con el mango muy
enrevesado, todo lleno de arañazos y precioso, seguramente el tenedor más
bonito que Calixto había visto nunca.
-¿De dónde vienes?-le preguntó.
- Vengo de un restaurante hindú-le contó el tenedor my serio
después de peinarse las púas. - Me caí en el bolso de la señora.
- Ooooh -Calixto estaba admirado- y ¿cómo es un restaurante
hindú?
-¡Uy!, ¡es tremendo! Está lleno de colores y de luces bonitas y
además se comen cosas realmente buenas”.
(Calixto, el tenedor miedoso).
Es
importante que las intervenciones de cada personaje sean cortas, como un
partido de ping pong, una frase sigue a la otra y así sucesivamente. No
conviene hacer párrafos muy largos e incluso, cuando estos son necesarios, es conveniente que la persona que escucha
haga pequeñas aportaciones del tipo: “claro”, “ajá”, “¿y qué pasó entonces?”.
Conviene
que usemos un lenguaje coloquial, no olvidemos que tratamos de hacer creíble la
conversación y que un lenguaje excesivamente literario la haría artificiosa.
Salvo que los personajes lo requieran, lo ideal es que el diálogo sea muy
natural.
Con
respecto a la organización, lo normal es que cada frase se escriba en una nueva
línea, entre guiones y con el apoyo de verbos como
“dijo”, “respondió”, etc.
Algunos escritores para evitar la monotonía de
poner siempre “dijo” detrás de cada diálogo utilizan palabras sustitutivas que
vengan al caso en la situación que están narrando. Así, sustituyen “dijo” por
“suspiró”, “exclamó”, “susurró” etcétera. Esto puede estar bien siempre que no
se abuse del recurso.
Muchos, en especial los de influencia inglesa, que
consideran que lo mejor es utilizar siempre “dijo”, puesto que se trata de una
pura convención y al cabo de unos minutos, se convierte en una palabra
“invisible” para el lector. Otros escritores por el contrario, son partidarios
de omitir sistemáticamente el “dijo”, ya que lo consideran una obviedad.
Seguramente lo mejor es una solución mixta en la
que escuchemos nuestro texto y escribamos o dejemos de hacerlo según convengan
unas cosas u otras.
Vamos
a crear unos diálogos claros, en los que siempre se sepa quién habla, de ahí
que las aclaraciones o las interpelaciones de tipo "¿entiendes,
Cris?" se hagan necesarias.
Por
otro lado, vamos a usar los diálogos para describir también a los personajes,
no hay mejor manera de saber cómo es alguien que por lo que dice y debemos
aprovechar esta circunstancia.
Papá -dijo Matilda-, ¿podrías comprarme algún libro?
-¿Un libro? -preguntó él-. ¿Para qué quieres un maldito libro?
-Para leer, papá.
-¿Qué demonios tiene de malo la televisión? ¡Hemos comprado un precioso televisor de doce pulgadas y ahora vienes pidiendo un libro! Te estás echando a perder, hija...
-¿Un libro? -preguntó él-. ¿Para qué quieres un maldito libro?
-Para leer, papá.
-¿Qué demonios tiene de malo la televisión? ¡Hemos comprado un precioso televisor de doce pulgadas y ahora vienes pidiendo un libro! Te estás echando a perder, hija...
(Matilda. Roald Dahl).
Para
terminar, seamos conscientes de que no todas las escenas necesitan ser
dialogadas, podemos describir algunas, si estas no son muy importantes, si
necesitamos pasar rápido sobre lo que allí se cuenta o si no queremos abusar de
los diálogos.
Autora: María Gómez de Aranda Soto
Autora: María Gómez de Aranda Soto
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ResponderEliminarPor otro lado, vamos a usar los diálogos para describir también a los personajes, no hay mejor manera de saber cómo es alguien que por lo que dice y debemos aprovechar esta circunstancia.