La
palabra, el lenguaje, es nuestro vehículo en esta aventura y debemos saber
utilizarlo y aprovechar todas las ventajas y guiños que nos hace.
Las
palabras empleadas en la escritura para niños deben ser precisas, necesarias y
sugerentes. No debemos recrearnos en figuras poéticas complicadas, ni en juegos
de palabras difíciles, debemos ser muy directos porque los niños no van a tener
paciencia para que nosotros experimentemos. No
debemos olvidar nunca que escribimos para ellos, para que se diviertan y aunque
esto sea gratificante para nosotros, nuestro público debe ser la prioridad.
La
literatura infantil ha sido durante épocas una especie de vertedero ideológico
y estético donde cabía todo aquello que resultara vendible, aunque estuviera
mal escrito. Por
suerte, profesores, pedagogos, psicólogos, críticos literarios, etc. han abogado por una literatura infantil de calidad
y han hecho hincapié en la importancia de un texto bien escrito, un lenguaje
acorde a lo que escribimos y un conducto general del libro infantil mucho más
trabajado.
El lenguaje de los libros para niños debe coincidir con la edad o el
nivel de a los que va dirigido y esto, como siempre, nos limita en algunos
aspectos, pero nos deja mucho más espacio para experimentar en otros.
De nuevo, podemos tener a la imaginación como aliada y lugar con el
lenguaje inventando palabras y expresiones, creando maneras de hablar
graciosas, repeticiones divertidas y expresiones sorprendentes.
“Dime una cosa -pidió Sofía-. Si no te comes a las
personas, como los demás, ¿de qué vives?
-¡Ahí está el terribibile problema! -contestó el Gran Gigante Bonachón-. En este estrafafalarioso País de los Gingantes no crecen cosas tan ricas como las piñas y las furumbruesas. Sólo hay una porquería de vegetal, que se llama pepináspero.
-¿Pepináspero? ¡Pero si eso no existe!
El GGB la miró sonriente, enseñando unos veinte dientes muy blancos y grandotes.
-Ayer no creíamos en gingantes, ¿verdad? -dijo-. Hoy no creemos en los pepinásperos. ¡Y sólo porque nunca viste un pepináspero con tus ojitos! ¿Qué hay, por ijemplo, del saltapatitieso?
-¿Cómo? -quiso saber Sofía.
-¿O del rabinapistacho?
-¿Y eso qué es?
-¿O del sabandiperro?
-¿Del qué?
-¡Ja! ¿Tampoco oíste hablar de los vaquifantes?
-¿Son animales? -preguntó Sofía.
-¡Toma, y animales currientes! -declaró el GGB con cierto desdén-. No es que yo es un gigante muy sabio, pero me parece que tú es un guisante humano bastante tonto. Tienes la mollera llena de algondrón.
-¡Algodón, querrás decir! -le corrigió Sofía.
-Bueno, lo que yo quiero decir y lo que digo, es dos cosas muy dinferentes -contestó el GGB con aires de importancia-. Ahora te enseñaré un pepináspero.
El gigante abrió un armario enorme y extrajo de él la cosa más rara que os podáis imaginar. Su longitud era la mitad de un hombre normal, pero mucho más grueso. Lo que podríamos llamar su cintura tenía el tamaño de un cochecito para niños. Era de color negro, con rayas blancas a lo largo, y estaba cubierto de unos nudos abultados.
-¡Aquí tienes un repengunante pepináspero! -gritó el GGB, blandiéndolo en el aire-. ¡Yo lo chacha-chafaría! ¡Me da asquinosidad! ¡Lo tiraría lejos, lejos! Pero como yo no devoro guisantes humanos, como los demás gingantes, me toca pasar la vida mastica que mastica y traga que traga esta porquería de pepinásperos. Y si no los comiera, sería sólo piel y quesos.
-¿Quieres decir piel y huesos?”.
-¡Ahí está el terribibile problema! -contestó el Gran Gigante Bonachón-. En este estrafafalarioso País de los Gingantes no crecen cosas tan ricas como las piñas y las furumbruesas. Sólo hay una porquería de vegetal, que se llama pepináspero.
-¿Pepináspero? ¡Pero si eso no existe!
El GGB la miró sonriente, enseñando unos veinte dientes muy blancos y grandotes.
-Ayer no creíamos en gingantes, ¿verdad? -dijo-. Hoy no creemos en los pepinásperos. ¡Y sólo porque nunca viste un pepináspero con tus ojitos! ¿Qué hay, por ijemplo, del saltapatitieso?
-¿Cómo? -quiso saber Sofía.
-¿O del rabinapistacho?
-¿Y eso qué es?
-¿O del sabandiperro?
-¿Del qué?
-¡Ja! ¿Tampoco oíste hablar de los vaquifantes?
-¿Son animales? -preguntó Sofía.
-¡Toma, y animales currientes! -declaró el GGB con cierto desdén-. No es que yo es un gigante muy sabio, pero me parece que tú es un guisante humano bastante tonto. Tienes la mollera llena de algondrón.
-¡Algodón, querrás decir! -le corrigió Sofía.
-Bueno, lo que yo quiero decir y lo que digo, es dos cosas muy dinferentes -contestó el GGB con aires de importancia-. Ahora te enseñaré un pepináspero.
El gigante abrió un armario enorme y extrajo de él la cosa más rara que os podáis imaginar. Su longitud era la mitad de un hombre normal, pero mucho más grueso. Lo que podríamos llamar su cintura tenía el tamaño de un cochecito para niños. Era de color negro, con rayas blancas a lo largo, y estaba cubierto de unos nudos abultados.
-¡Aquí tienes un repengunante pepináspero! -gritó el GGB, blandiéndolo en el aire-. ¡Yo lo chacha-chafaría! ¡Me da asquinosidad! ¡Lo tiraría lejos, lejos! Pero como yo no devoro guisantes humanos, como los demás gingantes, me toca pasar la vida mastica que mastica y traga que traga esta porquería de pepinásperos. Y si no los comiera, sería sólo piel y quesos.
-¿Quieres decir piel y huesos?”.
(El Gran Gigante Bonachón. Roald Dahl).
Ya hemos dicho que debemos usar un estilo directo y un lenguaje
sencillo, acorde a la edad del niño que nos va a leer, con predominio de
oraciones enlazadas para facilitar la comprensión.
El lenguaje va a ser nuestro aliado si sabemos usarlo, así que en este
apartado vamos a comentar algunos de los usos del mismo que nos pueden ayudar a
darle forma a nuestro texto.
Juguemos con los cinco sentidos.
Vamos a utilizar todas las sensaciones que nuestros sentidos nos hacen
llegar. Las sonoras, las olfativas, las táctiles, las gustativas, y las
visuales. Podemos usarlas por separado o combinarlas agregando, por ejemplo, a un elemento olfativo una cualidad gustativa.
Silvia Adela kohan opina que los estímulos sensoriales “son la sustancia
de imágenes ricas que abren las compuertas de la imaginación gracias a toda la
gama de sentimientos que permiten desarrollar” y yo estoy de acuerdo.
“¡Y fuera de los muros, a lo largo de una media milla en
derredor, en todas direcciones, el aire estaba perfumado con el denso y
delicioso aroma del chocolate derretido!”
(Charlie y la fábrica de chocolate. Roald Dahl).
¿No
lo oléis? ¿No sería esto suficiente para que nos imagináramos la gran fábrica
de Chocolate de Willie Wonka? A mí me parece que sí.
Con los sonidos recurriremos a onomatopeyas, interjecciones,
paralelismos, rimas, canciones.
La repetición de palabras o frases, con la intención de dar intensidad
al texto y captar la atención del niño, da un sentido lúdico y facilita la
participación. Los juegos de palabras repetitivos gustan especialmente a los
niños y las enumeraciones dan pie, sin duda, a que ellos participen en la lectura o a la hora de contar de un
cuento.
La
aliteración es otro de esos recursos que a podemos usar para que el sentido del
oído nos ayude a crear ambiente. Por ejemplo, el sonido de la “s” nos vendría
bien para describir un momento en el que la brisa nos empuja suavemente hacia
las colinas solitarias.
El tacto, las palabras y adjetivos relacionados con este sentido nos
pueden ayudar a describir no solo el vestido de la princesa, suave y mullido,
sino también el carácter del mago de la corte, áspero, duro y con un humor
ácido.
Lo mismo podemos hacer con el gusto o con el olfato. La viejita de la cabaña
del bosque podría ser dulce y el aire en la cueva del bandido denso y
nauseabundo, como el aspecto de su rata de compañía.
La vista es, sin duda, el sentido en el que más nos apoyaremos a la hora
de describir situaciones o personajes y es muy útil, en este aspecto, utilizar
diferentes puntos de vista e incluso cambiar el color del cristal con que lo
miramos para crear matices y darle más identidad a las cosas.
La cabaña en la que vive Charlie (Charlie y la fábrica de chocolate)
es miserable y fría, ya que su familia es muy pobre, pero está llena de amor y
compañía, y como escritores debemos ser capaces de dar las dos visiones.
¿Qué elementos harán nuestro cuento mejor?
La fantasía utiliza la realidad, la interna y externa y la transforma en
otra distinta. Agrupa elementos reales en nueva configuraciones, reordena el
mundo de una manera distinta y en él los árboles hablan y andan, las sopas de
pescado saben a caramelos y los violines tocan solos.
Vamos
a ver algunas estrategias para su puesta en marcha:
La imaginación tiene el poder de establecer relaciones entre palabras
basadas en referentes no siempre lógicos, y de este modo poder sugerir mucho
más de lo que se dice.
A través de figuras literarias como la repetición, la metáfora o la
greguería podemos hacer más expresivo el texto.
Además
de eso, la fantasía del escritor puede jugar con los tamaños, aplicarles de
forma proporcional al elemento correspondiente con el fin de destacar o de
darle cierta afectividad al elemento mencionado. Un interminable laberinto
lleno de microscópicos mosquitos nos atemoriza más que un laberinto lleno de
mosquitos sin más.
También
se pueden usar las desproporciones y crear gigantescos caracoles o pequeños
elefantes.
Las
acumulaciones y la progresión de objetos son recursos, muy socorridos y que
suelen tener mucho éxito en la escritura para los más pequeños ya que les
encanta avanzar en esas progresiones al mismo tiempo que el libro.
Ese
es el caso de La cebra Camila en el que, cada página aumentamos una raya
en su vestido.
“Camila, que había crecido casi una cuarta, se puso de puntillas
y le dio a su madre un abrazo grande grande, sin calzones ni tirantes.
Y se estiro mucho para lucirse aún más y para que su madre la
viese bien, con un anillo en la pata, una rayita de plata, un lindo remiendo
azul, una puntilla de tul, una cuerda de violín, un gran cordón de botín, una
cinta en la melena... y ni una gota de pena”.
(La cebra Camila. Marisa Núñez).
No
hay nada mejor que jugar con las diferencias y semejanzas para hacer un texto
mucho más expresivo, amén
de que nos viene muy bien para construir rimas, algo fundamental en la escritura para niños.
La
combinación de colores, formas, sonidos y sentimientos, usados de modo lógico e
ilógico nos ayuda a crear textos especialmente ilustrativos y fáciles de
imaginar, ¿no es tremendamente reveladora una tristeza
alargada y amarillenta o un miedo verde?
Juguemos, por último, con
el extrañamiento,
sorprendamos al lector con exageraciones, hipérboles y contradicciones. Llenemos nuestros cuentos de enormes hormigas, de
tenedores miedosos o billetes de metro que hablan.
“Arthur lo observó todo desde su posición privilegiada en lo alto
del Palacio del Queso. La procesión se acercaba a Ratbridge y el chico ya
alcanzaba a distinguir a la mayoría de las criaturas implicadas. Lentamente
comprendió lo que estaba ocurriendo. ¡Era una cacería de quesos!
Sacó del sayo el
muñeco y se lo acercó a la boca.
-¡Abuelo, abuelo!
Soy Arthur. ¿Me oyes?
Hubo un crujido y
su abuelo replicó.
-Sí, Arthur, te
oigo. ¿Qué está pasando?
-¡Creo que estoy
viendo una cacería de quesos!
Hubo una pausa y
luego el abuelo habló de nuevo.
-¿Estás seguro?
Cazar quesos es ilegal. ¿Dónde estás?
-Estoy sentado
arriba del todo del Palacio del Queso.
-Estoy…- Arthur decidió restarle importancia a los anteriores
acontecimientos- descansando. Lo veo todo. Jinetes y sabuesos persiguiendo y
cazando quesos.
-Pero no pueden hacerlo. ¡Es cruel e ilegal!- farfulló el
abuelo-. ¿Estás seguro de que son jinetes y caballos?
- Sí abuelo, ¿por
qué?
- Porque vendieron
todos los caballos cazadores de quesos a la Fábrica de Pegamento después del
Desastre del Queso.
(¡Tierra
de Monstruos! Alan Snow)
¿Con qué debemos tener
cuidado?
El
Lenguaje de los cuentos infantiles puede estar “viciado” por la reiteración de
mecanismos típicos en este tipo de textos. Si abusamos de ellos, lejos de hacer
nuestro trabajo más atractivo, lo convertiremos en algo soso y descolorido, así
que, debemos estar atentos para no caer en la trampa de algunos recursos que
suelen acompañar a este tipo de literatura.
Ten
cuidado a no confundir la poesía y la prosa rítmica. La primera enriquecerá el texto si está bien
usada, la segunda no será más que un burdo intento de la anterior.
Ojo
con los diminutivos y los aumentativos. Nos pueden ayudar a darle expresividad
al texto, sí, pero
también podemos caer en un lenguaje bobo y manido.
Cuidado con las reiteraciones, no te agarres a ellas de tal manera que
lo que tratemos de reiterar no necesite este recurso y aburra al lector en
lugar de engancharle a nuestro relato.
En
fin, vamos a usar un lenguaje sencillo y agradable, pero no simple y trivial.
Accesible y acorde a lo que contamos. Evitemos el lenguaje abstracto, la
sintaxis complicada y la falta de fantasía.
Diferenciemos
el lenguaje del narrador y el de los personajes.
Y
sobre todo, asegúrate de que tu estilo y tu historia no falsea la realidad del
niño sino que la interpretan.
Y
recuerda, si tú no te sorprendes, si tu texto no te lleva lejos, tampoco lo
hará con el lector.
Autora: María Gómez de Aranda Soto
Autora: María Gómez de Aranda Soto
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